El intento de desacreditar la protesta del sábado como un compló es realmente disparatado. No hay una campaña de la "derecha internacional", y no hay un empresario, en México o el mundo, capaz de movilizar a semejante cantidad de personas. Lo que hubo es una muestra del extendido descontento o, mejor, del extendido enojo que hay en este país contra el gobierno federal y contra varios gobiernos estatales. Las razones son evidentes: la violencia que tiene secuestrada a tanta gente, una herencia del sexenio pasado que nada más no logran borrar en éste, y la corrupción rampante de muchos, pero muchos integrantes de Morena, todos impunes.
El otro intento de desautorizar la marcha, decir que los jóvenes eran una minoría, tampoco tiene pies ni cabeza. Es cierto: había gente de todas las edades, y los de la generación Z no estaban ni cerca de ser una mayoría. Lo mismo da. La gente era mucha y de muchas procedencias, y constituyen una resistencia legítima a la idea chaira de que con la 4T todos estamos obligados a ser felices. Es difícil, con tantos muertos, tantos desaparecidos, tanta —va de nuevo— corruptela y, para remate, con una economía congelada desde hace varios trimestres, porque no hay un centavo nuevo de inversión en el país del derecho de piso y los jueces a modo.
Que en la protesta participara la oposición partidista es sano y hasta digno de aplauso. Los partidos no oficiales son criticables por mil razones, pero su chamba es precisamente hacer oposición de cualquier manera legal, especialmente cuando los mecanismos de la democracia ya fueron reventados por los que nos gobiernan, legislan y juzgan de manera hegemónica.
Por supuesto, está igual de bien que hayan ido a la marcha los intelectuales opuestos al régimen.
La brutalidad con que se aplicó la policía es indiscutible, no queda justificada por la violencia, real, de ciertos grupos que se sumaron a la protesta, y es responsabilidad directa del gobierno de la Ciudad, y un poco menos directa del gobierno federal y la comentocracia oficialista, que se dedicaron a denostar a los que se disponían a marchar. A calentar el ambiente. A propósito: el despliegue de la policía, junto con las bardas desaforadas de metal que vimos en el Zócalo, fue, hay que subrayar lo obvio, anterior a la llegada de los vándalos, e inédito. El régimen está a años luz de semejantes despliegues de fuerza cuando llegan a esta ciudad vándalos bien reales, como la CNTE, que destroza los bienes comunes y secuestra el espacio ciudadano con absoluta impunidad, o como los normalistas, que han llegado al extremo de atacar un cuartel militar con un camión en llamas, sin la menor consecuencia.
La protesta no quedó deslegitimada. La 4T, sí. En México y en el mundo: vean sino los titulares del día siguiente en todas partes.